FE, ORACIÓN Y MILAGROS
Voy a empezar una reflexión que tiene que ver con un monte. Es un pensamiento muy sencillo, que surge de algunas lecturas bíblicas, pero vaya por delante que no se me escapa el valor simbólico que tienen las montañas, al igual que los ríos. Basta observar las menciones a los montes en el Nuevo Testamento, y podríamos hablar largo y tendido de ellos. Tal vez lo haga en otro momento, porque precisamente ahora mismo me estoy dando cuenta de que se trata de un tema muy interesante. Pero de momento me centraré en el sencillo pensamiento que tiene que ver con un monte, con la fe y con los actos milagrosos narrados en los Evangelios y en el libro de Hechos, y otros del Nuevo Testamento.

Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.
Vuelve a repetirle a los discípulos esta imagen del monte que se puede mover por fe, a la orden de nuestra voz, en el mismo Mateo 21: 21, cuando los discípulos se sorprendieron tanto porque una higuera a la que había maldecido Cristo por no haberle dado fruto se había secado:
Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho.
Su pasaje paralelo está en Marcos 11: 23.
Bien, como decía, la fe que mueve montañas; yo creo que incluso el que no ha leído la Biblia puede reconocer estas palabras de Jesús como una de sus más célebres. Esta imagen, de un creyente con fe que le dice a un monte: "¡Quítate de ahí, y pásate allá, o tírate al mar!", y el monte va y lo hace, es bastante potente, si intentas imaginarlo. Piénsalo, sería algo realmente increíble. Aunque, a decir verdad, las personas que escucharon por primera vez esas palabras ya habían sido testigos de milagros de muy distinto tipo, a cuál más sorprendente, hechos que contravenían las leyes de la física, de la biología y de la medicina. Sin embargo, esto del monte trasladado de un lado a otro, podría parecer una especie de summum, cuando el Señor Jesús lo pone de ejemplo de algo que se podría hacer con la fe tan pequeña como un grano de mostaza ... y que, obviamente, sus discípulos no tenían, de ahí el condicional ("si tuviereis fe como un grano de mostaza").
Se pueden hacer varias lecturas de estas palabras, todas correctas. La primera de ellas es tomarlas en su mensaje general, y ver la montaña como una metáfora. La idea fundamental que se transmite con estas palabras, y queda dicho explícitamente, es que con fe, con un mínimo de fe, nada hay imposible. El problema, la situación (la montaña) puede ser removida, puede cambiar para bien, con fe. Este es un mensaje de esperanza para los creyentes, especialmente los que se encuentran enfrentados a una dificultad que les ahoga. Se les está dando un mensaje directo: TEN FE, pues con fe, aunque te parezca imposible, la tormenta se transformará en calma, el mal trago en bendición. Confía en Dios.
Por cierto, ojo a lo del grano de mostaza. Es curioso que Jesús ponga de término de comparación un grano de mostaza porque, aunque es muy pequeño (es decir, no hace falta más que un poco de fe, un mínimo de fe), no es lo mismo que decir un grano de arena, o un grano de sal, aunque sea del mismo tamaño que el del grano de mostaza. Parece que no es solo cuestión de tamaño. El grano de mostaza es muy pequeño, como pequeña es la fe necesaria para hacer grandes obras, pero es de una pequeñez que encierra un gran potencial, encierra en sí misma capacidad de vida, como todas las semillas, que deben morir en tierra para surgir luego en vida como una planta que crece. No en balde, el grano de mostaza que cae a tierra y luego se hace un árbol muy grande es una parábola referida al reino de Dios, y también la Palabra que cae en diferentes corazones es comparada con una semilla que cae en diferentes terrenos. Es decir, Jesús señala que debemos tener una fe como un grano de mostaza: por muy pequeña que parezca, incluso ridícula, es una fe verdadera, que tiene capacidad de crecimiento, de desarrollo, que encierra en sí la verdad de la capacidad de transformación.

Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. (Stg. 4: 3)
¿Por qué digo que conecta con la lectura literal? Porque obviamente, como sucede con determinados símbolos, y muy especialmente en la Biblia, cuando Jesús dice que por fe se puede mover un monte, lo dice de modo que se aplica de dos maneras: el monte como gran dificultad o gran problema o situación, pero también el monte literalmente. Y aquí es adonde quería llegar.
Los discípulos de Jesús habían sido testigos de muchísimos milagros. Vieron cómo Jesús sanaba enfermos, daba vista a los ciegos, echaba demonios, ¡caminó sobre el mar!, se transfiguró, quitó la fiebre a la suegra de Pedro, transformó el agua en vino, multiplicó panes y peces, calmó a su voz una tempestad (el milagro más parecido a esto de mover una montaña, calmar el mar a la orden de su voz), ¡resucitó muertos!, como Lázaro o la hija de Jairo. Luego le vieron resucitado, y le vieron subir en una nube. Tras esto, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y ellos mismos se dedicaron, no solo a predicar la Palabra, sino a ser capaces de hacer los mismos hechos milagrosos de Jesús. Sanaron enfermos ("Ni oro ni plata ..."), Felipe se desapareció del eunuco. Pablo también hizo milagros. Sin embargo, ninguno de ellos intentó trasladar un monte al mar. ¿No tenían fe? ¿No hablaban por fe, no hacían milagros por fe? ¿Es que nadie se acordó? Pero si lo dijo Jesús, es posible. Aunque Él no lo hizo. Él no pasó una montaña de un lado a otro. Calmó una tempestad a la voz de alarma de sus discípulos, tal y como Dios obra cuando clamamos angustiados a Él. Tenía un sentido calmar la tempestad: acudía a la voz de auxilio de aquellos a los que amaba, y además demostraba dos cosas: la primera, que junto a Él no tenían nada que temer: ¡Él dormía!, podían confiar bajo cualquier circunstancia. Y en segundo lugar, como pasa en todos sus milagros, era un testimonio de su señorío y su divinidad. Pero el perdón de pecados es infinitamente más importante y reconfortante que la salud física, como demuestra al sanar al paralítico que fue bajado por el techo; la vida espiritual más que la vida física, pues aquellos a los que Jesús resucitó, ¿no volvieron a morir?
¿No sería una frivolidad pretender mover un monte por fe por el mero hecho de hacerlo, como una especie de truco de magia sin finalidad? ¿Está para eso Dios, es para eso la fe? Jesús multiplicó panes y peces cuando vino a cuento, cuando hizo falta: cubrió una necesidad imperiosa y demostró a sus discípulos que Él era Hijo de Dios, que tenía poder, que se puede vivir por fe, que junto a Él no se padece necesidad, que los que habían priorizado estar junto a Él para escucharle no por ello padecerían de necesidades básicas. Pero Jesús no tenía donde recostar su cabeza. No multiplicaba panes y peces, y transformaba agua en vino, cada día, viviendo así de balde, como un capricho. La realidad diaria de los discípulos de Jesús era que había que comprar el pan para comer.
Reflexionemos bien sobre esto. ¿Imaginamos a un creyente, como el maestro Yoda haciendo levitar la nave de Skywalker, con los ojos cerrados, y un brazo extendido hacia una montaña, mandándole moverse de su sitio? ¿Qué opinaríamos si viéramos a alguien hacer esto? ¿Por qué nadie lo ha hecho? Sería como pedir mal, como esas peticiones egoístas que no tienen respuesta. Podía Jesús haber convertido una piedra en pan cuando Satanás se lo pidió mientras le tentaba en el desierto (Lc. 4: 3, 4). Esa era la tentación. Podría haberlo hecho, como multiplicó panes y peces. Hambre tenía. Pero eso habría sido ceder a la tentación, habría sido anteponer su necesidad física a la voluntad de su Padre: y se limitó a responder que no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Él era hijo de Dios, no hacía falta demostrarlo convirtiendo una piedra en pan, o tirándose desde el pináculo del templo. Lo era, lo es. Y como lo era, cuando resistió a estas tentaciones, vinieron unos ángeles para servirle.
Hace mucho tiempo escuché de un creyente que se jactaba de haber ayunado 41 días, uno más que Jesús. ¡Bravo! ¿Y? ¿Para qué ayunó? ¿Por qué oraba mientras lo hacía? ¿Demostraba con eso que era mejor que Jesús? ¿O más bien fue un convertir piedra en pan, para engrandecimiento de su propia persona y no de Dios? ¿No transgredía de ese modo, dándolo a conocer, la propia instrucción del Señor de ayunar y orar en privado? Si es que este hermano existió en verdad, y no es más que una leyenda urbana.
Mis conclusiones, recapitulando:
1. Con fe muy pequeña, puedo hacer grandes cosas, tales como mover literalmente una montaña de sitio, aunque no para mi capricho o deleite, sino con una finalidad clara acorde con la voluntad de Dios.
2. Estos milagros más bien vendrán de ejercer esta fe cuando estamos en oración: debemos pedir con corazón creyente, sabiendo de antemano que Él concederá nuestras peticiones.
3. Dos cosas son necesarias al pedir algo en oración: pedir conforme a nuestras necesidades en armonía con la voluntad de Dios, y no para nuestros deleites, para nuestros deseos egoístas, y hacerlo con fe, creyendo que Dios nos lo concederá.
4. La salud física y la espiritual (perdón de pecados) parecen las peticiones prioritarias, y unos por otros.
5. Debemos tener fe, una fe efectiva, de oración eficaz, como un grano de mostaza: humilde, pequeña, sincera, cierta, potente, viva.
6. Nada hay imposible para Dios: ¿crees esto?
Texto: José Alfonso Bolaños Luque
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