IMPRESIONES PRIMERAS: ¿NARRACIONES MITOLÓGICAS EN LA BIBLIA, LA BIBLIA VISTA COMO UN MITO O EL MANEJO DEL MITO DE LA BIBLIA?
Desde hace muchos años el mundo antiguo ejerce una tremenda atracción intelectual sobre mí, sin dejar de ser un mero aficionado. Tiene de por sí un tremendo atractivo, al que se añade, obviamente, mi amor a la Biblia, cuyos escenarios se ubican primordialmente en el Próximo Oriente. Así que, en determinado momento de mi vida resolví comenzar a sistematizar mis estudios sobre el tema, enmarcados en mi tiempo libre, y empecé por donde suelo hacerlo: por el principio. Y el principio cronológico del estudio de los pueblos y civilizaciones es, por supuesto, Mesopotamia, en concreto, Sumeria. Desde entonces, me voy haciendo cada cierto tiempo con bibliografía del tema (como si pudiese acabar con él en algún momento y pasar a profundizar en el pueblo acadio). Ya he leído algo y me traigo entre manos desde hace tiempo el estudio de la gramática sumeria, más como pasatiempo intelectual que de forma contundente, al menos hasta ahora.
En general, suelen satisfacerme bastante estos monográficos lingüísticos, históricos, arqueológicos, artísticos y antropológicos. Al estar desarrollados por expertos y profesores universitarios para un público amplio, suelen mantener un orden didáctico, cronológico y un tono neutro, científico o de rigor histórico. Aunque a veces se escapa alguna que otra impresión o conclusión bastante personal, es imposible soslayar la subjetividad. Sucede en las Ciencias Naturales, ¿cómo no en este ámbito?


Hace bastante tiempo escuché en las aulas de Filología Hispánica al profesor Piñero, en una de sus estupendas clases de Prosa Renacentista, comentar que el mito del Diluvio se encontraba en otras muchas culturas, no solo en la Biblia. Curiosamente, para él era una prueba clara de que la Biblia no era tan creíble como texto espiritual, de creencia, la menoscababa en ese aspecto, pues un acontecimiento que conocíamos de siempre por la Biblia, ahora resulta que muchas otras culturas también dan cuenta de él. A mí me chocó y me sigue chocando esa forma de razonar. No el hecho de pensarlo, sino de verlo como una prueba contundente contra la fiabilidad del texto sagrado. Pues precisamente el hecho de que el diluvio, el arca de Noé, etc. aparezcan en otros textos, en otras culturas, es el que toman los defensores bíblicos en su favor. Por ejemplo Dick Eastman en La Universidad de la Palabra. Basándose en dos principios de la etnología, el hecho de que, por ejemplo, el 100% de 33 razas distantes en el espacio den cuenta de un diluvio total o parcial, demuestra que algo debió ocurrir y que, por lo tanto, el hecho de la existencia de un diluvio tal y como lo narra la Biblia no es, precisamente, un invento. Es decir, la Biblia no está contando una patraña inventada, un cuento de niños; todas las demás culturas, no de alrededor, sino del mundo entero, dan cuenta de este acontecimiento. La Biblia, pues, no se lo saca de la manga, es obvio que está dando información de un acontecimiento real que cuenta con otros muchos testimonios. Si el diluvio fue un diluvio como tal, un recuerdo del deshielo tras la glaciación del planeta o hace referencia a una invasión, eso es otra cuestión. Lo que sucede es que si vemos la Biblia como un libro dogmático, el hecho de encontrar el relato del Diluvio en textos más antiguos, con protagonistas de otros nombres y dioses de otras religiones de nombres también distintos, esto hace gozarse a los eruditos de los que hablamos, como diciendo (y dicen): "La Biblia no ha hecho más que copiarse de estas tradiciones que estaban en otras culturas previamente", como por ejemplo los mismos sumerios. Este es el motivo de alegría para ellos. También es motivo de alegría, como decimos, para los que leemos la Biblia sin creerla un mero dogma: por supuesto, si ocurrió un Diluvio así, ¡claro que debe aparecer en otros textos! Y más antiguos, obviamente: los hebreos no inventaron la escritura ni fueron los primeros que la usaron. Pero algo, un diluvio catastrófico ocurrió, y bastante antes, según todos los textos, de la invención de la escritura; es lógico que los primeros que escriban lo relaten según sus tradiciones orales, con sus dioses y según sus matices geográficos, culturales y étnicos. Es decir, hay muchas maneras de explicar la existencia de variantes del relato de un acontecimiento, siendo la copia de unos pueblos sobre la tradición de un primero no más que una de ellas. También hay otras plausibles. ¿Por qué no se contemplan?

La lectura de la estupenda versión de Gilgamesh de Stephen Mitchell, especialmente, claro, en su Introducción, transmite esa impresión de que el descubrimiento de la cultura más antigua, velada para Occidente hasta fechas realmente recientes, nos está trayendo una mejor visión del mundo y de la relación del ser humano con sus semejantes y con la naturaleza. Seguramente, imagino, porque resulta fascinante realizar estos descubrimientos, y esa fascinación empieza a ocupar otros espacios más personales que el interés intelectual. De modo que es como si todos estuviésemos atenazados por una opresiva cosmovisión y el descubrimiento de costumbres, ritos y modus vivendi de otras culturas en épocas remotas nos viniese a liberar de todo ello. Desde mi punto de vista, habría que dejar posar dichos descubrimientos y asimilarlos un poco antes emitir juicios de este tipo, que ponderan un mundo antiguo y deprecia a la Biblia, de una forma injusta en ambos casos. Como si el hecho de que estas culturas del Medio Oriente se desarrollasen antes de Moisés supusiera un éxito en ideas agnósticas sobre la creencia en Dios, cuando la misma Biblia en ningún caso niega, por ejemplo, que Abraham, padre del pueblo hebreo, saliera de Ur de los caldeos, y un breve repaso por las páginas bíblicas que dan cuenta de épocas premosaicas no niegan ni contradicen el contexto oriental en el que la historia del pueblo hebreo se desarrolla. Más adelante veremos cómo se tergiversa o se trastoca el texto bíblico para adaptarlo a una tesis previa, un trastoque o uso probablemente no malintencionado. Pero lo preocupante en este asunto, para mí, es si esto se produce por desconocimiento del texto bíblico o de manera premeditada. Ni a mí, ni a nadie que ame la Biblia y la lea con interés, con independencia de su fe y sus creencias o descreencias, y ni mucho menos a los eruditos y estudiosos de la Biblia desde diferentes campos de especialización, nos preocupa en absoluto que existan precedentes del libro de Job en el Monólogo del justo sufriente, que determinados proverbios bíblicos provengan del acervo cultural del Medio Oriente (en el que, repetimos, el pueblo hebreo está inserto, formando parte de él), o que las leyes israelitas puedan tener como fuente, pongamos por caso, el Código de Hammurabi. Estos datos no son, a priori, ningún descrédito al texto bíblico. Cuando Yahvé aparta al pueblo hebreo para hacerlo nación marcadamente distinta y santa que le adore como único Dios, hace, según el texto, precisamente eso, apartarlos estando ahí, para testimonio al resto de naciones. En otro artículo podremos explorar las posibles interpretaciones y significados de esto, desde diferentes puntos de vista. El caso es que la Biblia, los textos mosaicos, no niegan la realidad preexistente, como parece desprenderse de los comentarios de diversos estudiosos del Medio Oriente; esa atribución de la Biblia como negación de los diversos descubrimientos realizados parece más bien subjetiva. Cuestión aparte es el uso que se haya ido haciendo del texto a lo largo de la historia occidental. Pero bastante aparte.
Antes al contrario, es un texto que recoge tradiciones orales y que, como sucede con otros textos de otros pueblos, en este sentido también da una interpretación de determinados acontecimientos y costumbres. No es un texto tan interesado y manipulador como algunos intentan hacer ver para resaltar sus propias convicciones sobre la vida y su sentido. De hecho, muestra en todos sus personajes debilidades y fallos que no contribuyen, precisamente, a la mitificación y ennoblecimiento de la estirpe. Y sí les otorga un corazón y un perfil bastante humanos, con sus luces y sombras. No hay más que echar un vistazo a la vida de Jacob (Israel), con sus miedos, debilidades, engaños y fraudes, pero temeroso del Dios al que honra. Y lo mismo cabe de decir de los hijos de Isaac (las futuras doce tribus). No parecen esas líneas demasiado propagandísticas, y sí muy realistas, la verdad.
Abraham, Isaac, Jacob, sus hijos y todo el pueblo hebreo hasta Moisés no tienen ninguna Ley escrita, y los estudiosos del Medio Oriente también podrían acercarse a esos "previos" de un pueblo monoteísta en el contexto en el que se halla, y habiendo salido de la misma Ur mesopotámica. O, por lo menos, preguntarse cómo de repente surge este monoteísmo solo en el pueblo hebreo, y no en otros, igual de cultivados o incultos como ellos. Me parece una cuestión antropológica bastante interesante que no veo que se resuelva explicando a grandes rasgos que la religión humana pasa del animismo al politeísmo y de ahí al monoteísmo, dando de ejemplo un faraón rebelde, Akhenatón.
En la misma Biblia hay muchas pistas. Aparecen sacerdotes y profetas de Yahvé que no son racialmente hebreos al paso de algunos de los patriarcas: Melquisedec, "rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo", en Gn.14:18, es el ejemplo más claro. También Balaam en Nm. 22. Entre los de Jacob, muchos llevaban idolillos consigo (Raquel le birló uno a su padre antes de irse de su casa), de modo que llegado el momento Jacob tiene que señalar a su gente que deberían deshacerse de ellos. José se casa con la hija de un sacerdote egipcio: ¿cómo sería su relación con su esposa, con su suegro?, ¿cómo serían educados Efraín y Manasés? Las primeras páginas de la Biblia no están en la dialéctica monoteísmo vs. politeísmo, ni sedentarios vs. nómadas.
Ana Martos, en Breve historia de los Sumerios, libro divulgativo, parece ir recogiendo estos argumentos de esta parte de los investigadores, con alguna que otra metedura de pata. Por supuesto, en términos generales dará una visión muy amable de todos los sumerios y en ocasiones un tanto negativa de la Biblia. Cuando intenta explicar la historia de Caín y Abel en términos de nómadas ganaderos frente a agricultores sedentarios, siguiendo a Isaac Asimov, confunde a los personajes, y pone a Caín como el pastor incivilizado que asesina al pobre agricultor Abel. El caso es que es al revés: Dios ve con buenos ojos el sacrificio de Abel (un animal) frente a la ofrenda de Caín (frutos de la tierra). ¡El agricultor es Caín y el pastor es Abel! (Gn. 4: 2-4: "[...] Y Abel fue pastor de ovejas, y Caín fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, ..."). Y, al fin y al cabo, ¿no resulta un tanto chocante que el Dios de un pueblo nómada y ganadero, semita, maldiga a Adán teniendo que trabajar con el sudor de su frente para obtener el pan de la tierra, más que para obtener su sustento de los animales?
Y otras conclusiones que trae (no son suyas, ella resume las de diferentes eruditos, pues ese es el carácter de su obra), son más que discutibles, como que los cuernos del altar que se menciona en Éxodo tengan relación con los cuernos de la luna que representan a Inanna/Ishtar/Astarté, o que el pueblo hebreo practicase los sacrificios humanos hasta "refinarse" en Egipto.
Aunque, de otra parte, cabe decir que ella sí tiene en cuenta al pueblo hebreo como integrante de este mundo antiguo, y si nosotros hemos apuntado algunos episodios bíblicos que conectan con sumerios, acadios, egipcios, etc., ella lo hace al contrario, y da noticia de los hebreos desde textos externos a la Biblia:
Y podemos encontrar numerosas referencias bíblicas en los textos sumerios; al fin y al cabo, el Génesis cuenta que Abraham salió de Ur en plena decadencia del mundo sumerio, para emigrar a las ricas tierras egipcias. Por su parte, también los documentos sumerios más antiguos mencionan a los habiru, los hebreos, nómadas que habitaban los taludes de los canales, los espacios desiertos y las tierras pantanosas todavía incultivables. Los sumerios mantuvieron con ellos relaciones cordiales pero sin llegar a mezclarse. En cuanto a los semitas habiru, recibieron gran influencia de sus vecinos de Sumer. [...]
Abraham fue el antepasado de los israelitas o bien la primera generación que salió de Sumer camino de Canaán, donde se establecieron tras su estancia en Egipto. Llevaron consigo la cultura sumeria y trasladaron sus historias a la historia de Israel, como los mitos del paraíso, el diluvio, la arcilla de la creación, la fuente que regaba el edén y otros muchos. También el inframundo sumerio, en el que reinaba Ereshkigal, [...] [Martos: 2012; pp. 66, 67].
O sea, lo que venía diciendo con anterioridad. Y si nos fijamos bien, otro concepto que inevitablemente estamos manejando mucho es el de interpretación. Y ese concepto nos lleva, a su vez, inevitablemente de nuevo a una disciplina, la hermenéutica. Que si es necesaria para textos relativamente modernos, cuánto más para testimonios de miles de años antes de Cristo en arcilla y piedra. A este respecto, recomiendo encarecidamente la lectura de la Introducción de la obra compilatoria Hermenéutica, de José Domínguez Caparrós. La sencilla lectura de estas pocas páginas vinculará su contenido al nuestro sin necesidad de que haga ningún comentario más.
En fin, un ejemplo más, de entre muchos, es el delicioso y recomendable libro Genio de Oriente de Joaquín Córdoba. Ahí vemos muy claramente ese sesgo, que acaba creyendo ver en todos los pueblos de Medio Oriente, desde los sumerios hasta los sasánidas, pasando por todos los pueblos semitas que le interesan, básicamente acadios, asirios, babilonios y arameos, el mismo bagaje cultural y cierto agnosticismo (el suyo) en los letrados de todos esos tiempos y pueblos, obviando y silenciando al pueblo hebreo, entre otros, y tirando explícitamente contra la cultura grecolatina y, más virulentamente, contra la Biblia y el judaísmo. Y más que en lo que dice, habría que reparar más bien en el tono, la verdad es que bastante innecesario y explícito, con excesiva agresividad excluyente, como quien se siente ofendido.
Por cierto, vuelvo a modo de paréntesis a Belloch/Sandín/Ramos en relación con el mundo grecolatino. No creemos de manera tan tajante que la cultura del Medio Oriente se pierda, si bien se ha podido transmitir como se transmiten los genes: cuanto más avanza el tiempo, más diluidos, más transformados, con algunas mutaciones, en menor proporción. Pero no desaparecidos. Los autores del capítulo I de esta obra, que desea perfilar la historia de la Psicopatología, indican que deben empezar por Grecia, pero que asimismo lo que llamamos civilización occidental tuvo su comienzo en diversas áreas de lo que hoy conocemos como Oriente Medio, que incluía entre otras la cultura árabe y judía. Pero es que además entre éstas y la de lo que también hoy llamamos Extremo Oriente (China, India, etc.), se produjeron constantes interrelaciones y mutuas influencias. Y si esto es cierto para la mayor parte de las ramas del saber y el conocimiento humanos, no hay razones para dudar de que lo mismo sucedió con las concepciones sobre la mente y la naturaleza humana [Belloch/Sandín/Ramos: 2008, p. 5].
Volviendo a nuestro tema principal, cabe expresar que resulta increíble cómo en aquella obra de Joaquín Córdoba se excluye al pueblo hebreo de ese Antiguo Oriente Próximo del que quiere perfilar su pensamiento, sus creencias, su filosofía y su forma de vida, como si este pueblo no hubiera estado allí y hubiera formado parte de los pueblos que lo configuraron, como si Abraham no hubiera salido de Ur de los caldeos, o Israel y Judá no hubiesen sido sitiadas y atacadas por asirios y babilonios, como si no se hubiera relacionado jamás con el Líbano, con Siria, con Tiro y Sidón, y el arameo no hubiera sido también su lengua franca. Curiosamente en su Colofón acusa a la Biblia de estar llena de "prejuicios y complejos del judaísmo" (p. 62), poniéndolo en clara oposición, de manera un tanto extremista, con el pensamiento y cultura del resto del Próximo Oriente del que formaba parte, en los que influyó y de los que fue influido. Yo veo el prejuicio más bien en otra parte. En todo caso, aunque se desee sostener que más allá de la tradición judeo-cristiana y grecorromana (contra esta no es tan virulento, tiene una mirada crítica más amable), existía una cultura milenaria en el Antiguo Oriente, que aparece muy claramente en los primeros capítulos del Génesis, que apoyaría a este autor más que estorbarle, no tiene necesidad alguna de tirar tan descaradamente contra la Biblia, el judaísmo y el cristianismo; en todo caso, su visión de estos es como se ha interpretado el texto bíblico en los últimos siglos y en su repercusión en algunos círculos, sociedades o épocas muy posteriores al texto mismo.
Algunas afirmaciones son gratuitas. Parece que el judaísmo, el pueblo hebreo le estorba, en lugar de insertarlo en el mundo que describe; parece querer negar su realidad, parece acusarlo de entrometido. Pero la Biblia no niega, sino que confirma ese mundo de sabiduría y de erudición al que hace referencia. Curiosamente, representantes de ese mundo ya en declive con el apogeo grecorromano, sabios y eruditos conocedores de ese mundo antiguo donde la astrología es otra cosa de lo que entendemos hoy (como muy acertada y vivazmente describe este autor en su excelente libro), son los que van a honrar al Hijo de ese Único Dios de los monoteístas en Belén, a confirmarlo con señales del cielo (una estrella, una profecía); hablo desde el punto de vista del cristianismo, claro. No parece que choquen tanto esos dos mundos, para él, tan distintos. Un mundo al que se acerca, por cierto, solo desde la perspectiva de ensalzamiento (en gran parte merecidísimo) de la erudición per se frente al vulgo, una visión que no comparto, desde luego no así. Valora la escritura pero ensalza la religión sin libro (pero por otro lado le entusiasma todo lo escrito sobre magia y filosofía). Y, en fin, ofrece una visión muy amable de la religión politeísta para, atención, defender el agnosticismo de los letrados (lo dice varias veces), que él cree percibir, sin hacer referencia a otras "cositas", como los sacrificios humanos, la prostitución ritual, el uso que hace el poder de la religión, ...
Bibliografía aludida:
BELLOCH, AMPARO, SANDÍN, BONIFACIO y RAMOS, FRANCISCO: Manual de Psicopatología. Volumen I. McGraw Hill, Madrid, 2008.
Hacemos dos referencias al principio de su Capítulo 1, que trata sobre la historia de la
Psicopatología y se hacen algunas reflexiones sobre historiografía. Los autores de dicho capítulo
son Esteban Coto, Yolanda Gómez-Fontanil y Amparo Belloch.
CÓRDOBA, JOAQUÍN: Genio de Oriente. Akal, Madrid, 1995; 2ª reimpresión 2013.
DOMÍNGUEZ CAPARRÓS, JOSÉ (compilador): Hermenéutica. Arco/Libros, Madrid, 1997.
EASTMAN, DICK: La Universidad de la Palabra. Vida, Miami, 1986.
JIMÉNEZ ZAMUDIO, RAFAEL: Gramática de la lengua sumeria. Ediciones Clásicas, Madrid, 1998.
MARTOS, ANA: Breve historia de los Sumerios. Nowtilus, Madrid, 2012.
MITCHELL, STEPHEN: "Introducción" a su versión de Gilgamesh. Alianza, Madrid, 2008.
La Biblia que uso es la de Reina, revisión de 1960.
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