Soy cristiano porque creo en Jesús, y a Él debo mirar, y es a Él a quien quiero seguir, de quien quiero aprender, a quien deseo obedecer.
De principio a fin de su vida aquí, sus obras y sus palabras nos demuestran autoridad y amor. Si Él vino fue por nosotros, ¡fíjate!, ¡por nosotros! Obsérvate, yo me examino: ¿por mí?, ¿por ti? ¡Vino a salvarnos! A rescatarnos. A que pasemos de muerte y ceguera a una vida nueva llena de luz. A liberarnos, quitarnos cadenas, ríe con nosotros cuando reímos, llora con nosotros cuando lloramos, a devolvernos nuestra dignidad humana que habíamos perdido. Y es, sin duda, un camino que tomar, el camino, Él mismo lo dijo de sí: YO SOY EL CAMINO.
Seguirle a Él no solamente nos libera del pecado y sus efectos denigrantes y dañinos sobre nosotros mismos y los demás, sino que nos libra asimismo de las cadenas y el peso de la religión, aun cuando esta religión fuera el mismo judaísmo. Ni una coma ni una tilde de la ley pasarán hasta cumplirse: precisamente Él vino para cumplir la ley y los profetas (vid. Mt. 5: 17-20); Él la cumple y la completa, revela su verdadero sentido; gran parte de sus palabras en el sermón del monte nos revela su verdadero espíritu yendo más allá, llegando a la intención, trascendiendo con mucho la aplicación literal que se le daba en su época. De la religión de normas inflexibles, de aprensivos ritualismos, costumbres, imposiciones, presiones sociales, reglas por encima del individuo, de sus necesidades, de sus circunstancias, de su valor humano, Él nos libera, bien vengan de un sistema o de los demás hacia nosotros, o de nuestro propio interior. Él nos libera, cumpliendo de ese modo la ley de Dios, que es nuestro bien, nuestro verdadero bien, aunque así dicho nos parezca una paradoja.
El epígrafe con el que algunas biblias titulan los capítulos 2 y 3 del Evangelio de Marcos es "Los actos de Jesús suscitan controversia" (¡y tanto!), una controversia que a algunos escribas llevó a algo más que indignación, como se ve en el capítulo 3, al acusarle de echar fuera demonios por Beelzebú (3: 22). Sus actos de autoridad, amor y liberación para los hombres (liberación física y social: sanidad, curar enfermedades; liberación psicológica, social y espiritual: echar fuera demonios; liberación también espiritual y de sobrecarga moral, de remordimientos y culpas: perdonar pecados) chocaban con la moralidad y religiosidad de entonces, y de hoy, y esto se ve de principio a fin de cada evangelio. Un verdadero escándalo, en el capítulo 2 de Marcos, fue que perdonase los pecados de un paralítico, al que sana para que sepamos todos que Él sí tiene potestad de perdonar pecados; llamar para que le siga a un "despreciable" publicano, Mateo, que será uno de los doce, y estar en compañía de pecadores (los "justos" quedan excluidos de su llamamiento); no permitir ni fomentar el ayuno entre sus discípulos, práctica asociada a la tristeza; y hacer notar que el día de reposo fue hecho para el bienestar del hombre, y no el hombre para ser esclavo de ese día. Él está cerca de quien quiere estar con Él, y habla a los que quieren escucharle, sin discriminación; y las prácticas religiosas tienen un sentido, y obran para su bien, en lugar de constreñirle o limitarle o practicarse porque sí, como el ayuno o descansar el día oficial de descanso. Una mentalidad bien distinta a la religiosa de aquel entonces, y la de hoy. Pero Él ya lo dijo, el vino nuevo no se puede servir en odres viejos (Mr. 2: 22); seguir el Camino no encaja en absoluto con el molde de legalismo, cumplimiento de normas per se, ritualismo, religión. Seguirle a Él es estar en su compañía, hacerle caso (Mt. 7: 24-29), escuchar sus palabras, descansar en Él, y este vino nuevo que probamos debe beberse en odres nuevos, en una nueva perspectiva, una perspectiva que no debemos perder, pues parece que llevamos en nosotros una tendencia a eso de ganarnos el cielo con el cumplimiento de normas en lugar de amar y obrar en consecuencia con ese amor, no sé si es innato, pero el caso es que el vino viejo nos sabe mejor (Lc. 5: 39).
Si eres cristiano como yo, te invito a mirar a Jesús y buscarle a Él, y sólo a Él, con rechazo de ese mismo legalismo y religiosidad que tantas veces nos tienta y nos domina, bien mirando al Antiguo Testamento, bien haciendo una Ley refundida mirando al Nuevo, o a nuestro propio parecer. El legalismo, ese interminable y difícil listado de cosas que se deben y no se deben hacer, puede tomar muchas formas, no solamente el Pentateuco y las tradiciones de los judíos de la época de Jesús; a mí me ha llamado mucho la atención cómo se toman como normas las obras de la carne y el fruto del Espíritu de Gálatas 5, cuando previamente este capítulo está tratando de cómo el legalismo amenaza la libertad en Cristo, y antes de pasar a las dos listas se nos dice en el versículo 13: Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Pero tenemos la tendencia de que lo descriptivo (lo que son obras de la carne, lo que es fruto del Espíritu) se transforme en normativo, algo, a mi entender, muy carnal. Este legalismo que nos aleja de Cristo también puede venir de fuera de la Biblia: tradiciones, costumbres o pareceres de época. No conviertas lo que te hace bien, por los efectos y el sentido que tiene, en simple norma a cumplir, da igual que sea leer la Biblia, ofrendar, ir a la iglesia u orar, y mucho menos motivo de reproche o condenación, a ti y a otros. No idolatres el procedimiento ni el instrumento, simplemente úsalos, son un privilegio, no los conviertas en una cáscara.
Y si no eres cristiano, te invito entonces a buscar a Jesús y encontrarte con Él, y sentirás ríos de agua viva corriendo en ti.