Realmente, nada tengo que decir acerca de aquellos que, en su libertad, deciden no leer determinados escritos por motivos morales (no solo religiosos, también políticos o ideológicos). En principio, nihil obstat. A ver, la vida es breve, tempus fugit, así que carpe diem; en el fondo da igual el motivo, si moral, estético o de pura apetencia personal, uno no puede leerse todo y es dueño de elegir qué lee y qué no por el motivo que se quiera. Solo faltaba.
La autocensura lectora por motivos morales me parece bastante respetable en cada cual, siempre y cuando el prefijo auto- se mantenga, y no se extienda a una censura hacia los demás o, peor, institucional. La verdad, la relectura de Historia universal de la destrucción de libros, de Fernando Báez (Destino; Barcelona, 2004) vuelve a darme mucho en lo que pensar. Eso sí, me sorprende, pues quien tiene unos valores morales firmes debería ser el más apto para poder leerse cualquier cosa. Si sus valores son firmes, no debería tener miedo, miedo ante una obra de arte, igual una talla, un cuadro, una canción o un libro. Entiendo que esa autocensura es, de forma consciente o inconsciente, un modo de autoprotección, de proteger esos valores en su conciencia. Como digo, cada cual es libre, y para mí, pues allá cada uno. Lo que sí entiendo es que, en cierta manera, y esa es mi opinión, es una actitud de ineptos, es un tipo de ineptitud esa actitud per se.
Entre los muy variados tipos de ineptitud de autocensura lectora, hay dos que siempre me han llamado mucho la atención: los ineptos que se niegan a leer la Biblia y los ineptos que se niegan a leer otra cosa, otra cosa que no sea la Biblia o, como mucho, libros en consonancia con su línea bíblica, lo que ellos consideran que es. Entre estos, también es bastante curioso el caso de los que ya se autocensuran libros bíblicos concretos, para más inri.
Aún recuerdo cómo en Pilas algunos profesores del IES Torre del Rey se indignaban porque un grupo de Gedeones Internacionales repartía ejemplares del Nuevo Testamento junto con los Salmos y los Proverbios entre el alumnado que los quisiera recibir gratuitamente antes de entrar al centro para su jornada escolar. Era parte de la Biblia, el best seller de los best sellers, y gratuito. Lo consideraban adoctrinamiento y entendían que debía prohibirse. Es obvia la intención de los que los distribuían, que era completamente religiosa, eran creyentes de que la simple lectura de la Biblia podía cambiar vidas y corazones por sí misma, como así ha sido en algunas ocasiones, espada cortante. Pero, al fin y al cabo, repartían un libro, que está en la base de nuestra cultura además. No habrían protestado si se hubiese repartido el Quijote, o un extracto de él, tan vinculado a la Biblia, por cierto. Me parecieron estos compañeros ineptos, una palabra en desuso que significa 'no aptos' (no me refiero a la docencia, su labor como profesores de sus especialidades no las juzgo aquí, aunque luego alguno tenía la boca llena de la palabra tolerancia).
Ahora bien, también recuerdo cómo algunos cristianos, es un recuerdo nítido, tampoco una mayoría, la verdad, no solo advertían contra las lecturas que pudieran ir en contra de la sana doctrina o corromper la conciencia, sino que unos pocos deslegitimaban la literatura en sí, el acercarse a libros de ficción como novelas, ver mal el teatro. La poesía. El arte en sí. Hasta el punto de que, en el marco de la fe cristiana, se viera la necesidad de escribir y editar obras en defensa del arte. Pues sí, hay quien lee la Biblia, y solo la Biblia, como si Sola Scriptura significase eso, y no leen más, aunque leen incesantemente. Solamente los llamo ineptos también cuando tratan de imponer su propio criterio a los demás.
Es igualmente muy minoritario, pero a veces hay protestas con respecto a que determinados libros, incluidos los clásicos, se lean en centros escolares. Igual poemas de Berceo por considerarlos religiosos como textos de Cortázar o la misma Celestina por verlos indecentes. El Poema de Mio Cid se verá ya racista, al igual que la poesía de Quevedo, y La lozana andaluza no se podrá mencionar siquiera, por motivos opuestos. A Bécquer le queda poco para que se vea machista. A mí me gustaba más la Secundaria de mi época si tengo que pensar en estas cosas, la verdad.
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