LA IMPORTANCIA DE LAS PALABRAS: EL CONTROL DE LA LENGUA.
EL ESTRUENDO DE LOS SILENCIOS: JESÚS SILENCIADO
Según algunos estudiosos, dos son las características que diferencian la especie humana del resto de los animales: su capacidad de inventiva tecnológica y el lenguaje verbal. Con este nos relacionamos, pensamos y descubrimos y construimos el mundo observable exterior y de valores (interior). Introduje hace un tiempo este concepto de la importancia del lenguaje desde el punto de vista de la ciencia en el Plan Lingüístico de Centro del IES Alminar, allí di la referencia que a este respecto hace la Psicología Social. Tan importante es el don de la lengua, que se nos muestra a Dios creando el universo con su palabra en el Génesis. Según el Evangelio de Juan, en el principio era el Verbo (el Logos), identificando a Cristo con la Palabra, en mayúsculas. Los cristianos, asimismo, llamamos a la Biblia la Palabra, pues es para nosotros palabra inspirada por Dios.
El control de lo que decimos está en estrecha relación con el dominio propio, y es en la Biblia un tema de primer orden en lo relativo a nuestro comportamiento, a nuestro vivir cotidiano, a nuestra ética, si se quiere. Nuestras palabras pueden herir o sanar, y es fundamental que dominemos nuestra lengua en lugar de que ella nos domine a nosotros. Y esto no es nada fácil. De hecho, podríamos decir que es imposible al 100%: "..., ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, ...", señala el Apóstol Santiago en su epístola (Stg. 3: 8), en un capítulo dedicado casi al completo a este tema. Con anterioridad, en el primer capítulo, nos aconseja que escuchemos mucho y hablemos más bien poco, que esperemos para hacerlo, al igual que para airarnos (Stg. 1: 19), que nos lo pensemos dos veces, que seamos prudentes (en lenguaje actual: proactivos, no reactivos). De hecho, este apóstol es muy pro-competencia comunicativa, por usar una terminología muy en boga en el ámbito educativo. Con respecto a oír, nos aconseja que lo hagamos más que hablar, pero menos que el hacer: no solo debemos oír la palabra de Dios, sino hacerla (el paso siguiente), en Stg. 1: 23. La Palabra de Dios hay que oírla y luego practicarla, en paralelo con la secuencia sentimiento de culpa-arrepentimiento-frutos dignos de arrepentimiento, en referencia a otro tema que tratamos hace poco. La falta de dominio de la lengua es la prueba de que la religión de una persona es vana; la auténtica religión habla, más bien, por los hechos (actos de servicio; Stg. 1: 26, 27).
La primera parte del capítulo 3 de Santiago (versículos 1 al 12) resalta la importancia de nuestra manera de hablar, que es una de las pruebas de nuestra fe, junto con la imparcialidad y las obras. Precisamente el versículo 1 está dirigido a muchos hermanos de hoy en día, incluido yo mismo, pues ¿cuántos no aspiramos en nuestros corazones llegar a ser reconocidos maestros, dar "lecciones magistrales" en la congregación? Pues mucho cuidado con este deseo, pues su ejercicio implica un uso frecuente de la lengua: es muy fácil ofender con la palabra. El que no ofende con sus palabras, es perfecto, según el versículo 2. ¿Eres perfecto? ¿Eres capaz de responder con un "sí" a la pregunta anterior? Pues según ese mismo versículo 2 todos ofendemos muchas veces, y el apóstol se incluye en esta afirmación.
El motivo de que esto sea así aparece en imágenes muy sugerentes en este capítulo. La lengua, miembro pequeño en el cuerpo, lo gobierna. Nuestras palabras pudieran parecer poca cosa, pero, como una pequeña chispa, puede acabar provocando un terrible incendio. Las palabras de Jesús, el bendito mensaje del Evangelio, por su parte, es como una semilla: igualmente es pequeña, pero enterrada y muerta, germina en una planta que crece en la buena tierra y acaba fructificando. Un ejemplo positivo de algo pequeño con un gran potencial. Pues nuestras propias palabras también encierran un enorme potencial, pero para mal: son una pequeña llama que puede extender un fuego de nefastas consecuencias.
La lengua gobierna nuestros cuerpos como un timón. Cualquier pequeña variación en el giro de este timón supone un cambio de rumbo significativo para la embarcación. Hay que sujetarlo firmemente y girarlo de manera intencional cuando queramos que el barco cambie de rumbo, virando a un lado u otro. No se puede manejar inconscientemente el timón. La lengua, por tanto, tiene un alto grado de sensibilidad. Por poca cosa que parezcan nuestras palabras, todas deben ser controladas y medidas, no dejadas al impulso. ¡Esto es muy difícil!
En fin, la lengua es como un aguijón lleno de veneno mortal. Por cierto que las personas y los ambientes se envenenan con palabras. Decía el Señor Jesús que es imposible que un árbol malo dé frutos buenos y viceversa. Se nos conoce por nuestros frutos, una aseveración en consonancia con las afirmaciones de Santiago con respecto a que la verdadera fe se manifiesta a través de sus obras. Pero en Santiago observamos una incoherencia en nosotros mismos: la lengua es vista como un surtidor y nuestras palabras son el agua que sale de esta fuente. Y nos permitimos bendecir y alabar a Dios con ellas y maldecir, ofender y herir a nuestros prójimos (Stg. 3: 9, 10). ¿Es esto posible? Esta incoherencia es la que debe ser evitada. Ninguna fuente puede dar, a la vez, agua salada y agua dulce (Stg. 3: 12). Si probásemos un agua así, diríamos que está salada, el dulzor no lo notarías. Esta supuesta ambivalencia nos remite a muchos pasajes bíblicos donde la persona que lo practica es condenada. Los Proverbios y los Profetas condenan al falso religioso de obras externas que se olvida de su prójimo. Cristo también tuvo palabras muy serias con los fariseos al respecto de esta hipocresía.
Quien pretenda ser maestro, aprenda a ser sabio. El principio de la sabiduría es el temor a Dios (Pr. 1). Santiago dirá que lo manifieste por hechos, en el contexto de la mansedumbre y no de la contención (Stg. 3: 13-18): sin guerras de palabras y disputas, sin psicomaquias, en la paz eirene.
Según Dick Eastman (La Universidad de la Palabra, Vida; Miami, 1986, p. 149), la cuestión del uso de la palabra prudente o imprudentemente se menciona en los Salmos y los Proverbios 117 veces. El número es elocuente. Pero no solo la frecuencia: si se leen estos libros de manera ingenua, uno se va dando poco a poco cuenta de que se trata de un tema importante en la Biblia, acaso crucial.
Sinceramente, a mí me ha generado bastantes y serios problemas. No los mencionaré aquí, pero puedo constatar por mi experiencia vital que el desborde verbal no trae más que ruina en las relaciones con los demás y para uno mismo. Para mí se convirtió en un quebradero de cabeza de primer orden, y aún hoy me temo en mis interacciones con los demás: nunca sé si voy a ser un bocazas metiendo la pata de tanto bla, bla, bla, o si voy a herir a alguien con mis exageraciones verbales o con mi falta de palabra acertada. Es muy penoso no saber expresarse abiertamente y sin hacer daño a los demás. Esta situación me llevó, entre otras medidas, a hacerme con el libro de Francisco Gavilán, No se lo digas a nadie ... así (Zenith/Planeta -col. Booket-; Barcelona, 2013). Gavilán es un especialista experto en el Lenguaje Emocionalmente Correcto. Desde el ámbito de la Psicología enlaza el tema de las interacciones verbales con la inteligencia emocional, de una manera práctica, amena y muy provechosa; es un libro que recomiendo, lo observo muy útil y aún estoy con él.
Sin embargo, muchas "novedades" que trae ya las encontramos en la Biblia, y las veo desarrolladas en libros cristianos de forma muy sorprendente. Ya en el libro aludido de Eastman, que es del 83, en un capítulo que trata de las relaciones entre los miembros de la familia y del hecho de que un espíritu que no se domina es como una ciudad sin muros (Proverbios 25: 28), en sus "Pasos para la restauración espiritual", de los siete que menciona, algunos aparecen luego en el libro de Gavilán. Específicamente, el consejo de elogiar más que criticar de Gavilán no es otra cosa que el felicitar más que murmurar de Eastman, con base bíblica en Filipenses y los Salmos, así como la coincidencia en señalar que debemos escuchar más que hablar, consejo que ya aparece en Proverbios, y que es mejor responder que disputar, que en Gavilán cristaliza en el fomento de la asertividad y en discrepar mejor que discutir. Tampoco escapa el Lenguaje No Verbal, cuando Eastman propone sonreír más que poner mala cara.
Sinceramente, a los lectores de la Biblia no nos sorprenden estas "coincidencias". La ahora llamada inteligencia emocional, en su vertiente bienintencionada, es decir, la que no usa la empatía para aprovecharse de los demás, haciéndoles daño o vendiéndoles un producto, aparece permanentemente en la Palabra de Dios. Forma parte de los frutos del Espíritu (amor, paz, paciencia, mansedumbre, templanza, ...) y tiene su mayor expresión práctica en la llamada Regla de Oro (una norma de aplicación diaria: hacer con los demás lo que nos gustaría que hicieran con nosotros), que no sería otra cosa que hacer realidad el segundo mandamiento más importante: amar al prójimo como a uno mismo. Lo cual implica amar a los demás, pero nunca despreciarse o minusvalorarse a sí mismo. Solo el cruel se atormenta, según Proverbios 11: 17.
Curiosamente, por extraño que parezca, Jesús y la palabra de Dios están absolutamente ausentes de la obra de Gavilán. No esperamos que se mencione la Biblia en un libro así, obviamente, no tiene por qué, pero a medida que se va estudiando esta obra, se va dando uno cuenta de que Jesucristo ha sido silenciado a propósito. No es esto otra cosa que un reflejo más de que Jesús es "políticamente incorrecto" en nuestra sociedad actual. Cuando el psiquiatra Augusto Cury pone de ejemplo de inteligencia emocional a Jesús en conferencias y libros, señala la sorpresa de muchos de sus oyentes-lectores, que recelan de inmediato. Algo que no hacen cuando se menciona a Confucio, Platón o Buda. En el Maestro de las Emociones, Cury expone claramente que la figura de Jesús, con independencia de si uno es cristiano o no, debe volver a la Universidad y la Escuela, por sus impresionantes lecciones de inteligencia, incluidas la social y emocional. Aparte de creencias y dogmas, pongamos por caso a un receptor agnóstico, ateo o de religión no cristiana, Cury no entiende por qué este no puede beneficiarse del ejemplo de Jesús como personaje histórico. Muchos de ellos, al escucharle, se convencen de su inteligencia y de la sabiduría de sus enseñanzas, aunque no se conviertan ni sigan sus pasos.
Obviamente, Gavilán, como tantos otros, no tiene por qué hacer referencia a Jesús y la Biblia (que apoyarían, por cierto, muchísimas de sus afirmaciones y de sus consejos). Pero es chocante que no lo haga por dos motivos:
1º) Uno de los atractivos de este libro es la amenidad de su exposición, que se basa en varios recursos, uno de los cuales son las citas de todo tipo de personajes, incluidos los vinculados a la religión.
2º) Hay momentos de su discurso y de su praxis que, para un occidental, es muy difícil soslayar la referencia bíblica, siquiera por tradición. De hecho, hay momentos en que determinado episodio bíblico, o palabras de Jesús, vienen automáticamente a la mente, mientras se leen las páginas de Gavilán, bien porque sería el ejemplo que más a cuento vendría de lo que está exponiendo, bien porque es, sencillamente, una referencia silenciada o inconsciente a la Palabra.
Es decir, como hace poco leía a Avalle-Arce a cuento del género pastoril, se ponen en juego aquí la pareja alusión-elusión. Gavilán maneja magistralmente las alusiones explícitas a un variopinto elenco de personas que han dicho frases que le venían bien para su discurso. Estas personas son políticos, filósofos, escritores, actores, psiquiatras, ... Pero al mismo tiempo se elide, se silencia o se evita, a Jesucristo.
Estas afirmaciones que hago no son gratuitas. La primera vez que leí, que estudié este libro de autoayuda, lo iba teniendo cada vez más claro. Ahora mismo, me encuentro repasándolo, volviéndolo a estudiar, pues es una obra que me hace mucho bien y que me ayuda (pues yo es que tengo claro que además de ayudarme a controlar mi forma de hablar y hacerla más efectiva, está en total concomitancia con lo que señala la Biblia al respecto, es decir, entre otras cosas, me ayuda a ser obediente a Dios). Al mismo tiempo, estoy tomando nota de sus referencias, de sus alusiones y elusiones, y cuando lo acabe lo traeré a este artículo de blog. No porque tenga especial interés en "tirar" contra él en absoluto, sino porque me sirve de ejemplo para reafirmarme en que hoy en día, la sociedad occidental, se opone a la palabra de Dios, no prohibiéndola, no persiguiéndola, como en otras épocas, sino silenciándola, declarándola incómoda como mínimo para el que se atreva a aludirla, políticamente incorrecta. Para quienes quieren convencerse de que viven ya en una era "post-cristiana", como si el cristianismo, Cristo y su mensaje, fuera a evaporarse por un crédulo descrédito infundado. Y así, la pareja se transforma en una terna: alusión-elusión-ilusión.
Texto: José Alfonso Bolaños Luque
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