Jesús dormido en la barca, despierto en Getsemaní. Justo al contrario que sus discípulos. ¡Vaya contraste!
No debía ser pequeña la tormenta, cuando unos marineros tan experimentados pensaban que iban a perecer. ¡Y Jesús dormía! Cuando le despertaron, calmó la tempestad.
Las tremendas tormentas que se abalanzan sobre nosotros en esta vida pueden ser terribles, pero podemos confiar. Y si tambaleamos en nuestra fe, despertemos a Jesús. Oremos. Él vela por nosotros.
Si tienes hijos pequeños, seguro que te has ocupado de cosas que en realidad son nimias pero que a ellos les han atemorizado. Y les has consolado. Así Él con nosotros. Aunque no deberíamos temer tanto estas tempestades: ¡el Señor va en nuestra barca!
Era inmensa la lucha en Getsemaní. ¡Durísima! Y esto no fue una tormenta en alta mar, esto era una pelea de orden espiritual que tenía, y tiene, unas implicaciones cruciales para la Humanidad. Jesús no dormía. Oraba, toda la noche, con angustia, y necesitaba la compañía de los suyos.
Se llevó a sus más íntimos. Y por tres veces fueron incapaces de mantenerse despiertos. Imposible. La situación les superó. No entendían muchas cosas. La tristeza les embargó en grado máximo. No fue un sueño de confianza, como la de su Maestro en la barca, fue un rendimiento ante un excesivo estrés.
¿Nosotros vemos esos momentos que requieren que velemos, que oremos, que nos impliquemos con todo nuestro ser en asuntos más importantes que aquellos que se ven con los ojos?
Texto: José Alfonso Bolaños Luque
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